En los últimos cinco años, el mercado de coches de segunda mano ha dejado de ser una opción de conveniencia para convertirse en un fenómeno económico global. En medio de interrupciones en las cadenas de suministro, la inflación persistente y una transformación tecnológica acelerada, los vehículos usados han pasado a ocupar el centro del escenario tanto para consumidores como para inversores. Pero, ¿es este crecimiento sostenible o estamos ante una burbuja de valor percibido?

De alternativa a activo estratégico

Durante décadas, el coche de segunda mano se percibía como un bien de transición: una elección táctica para quienes no podían acceder a vehículos nuevos. Sin embargo, la pandemia de COVID-19 alteró profundamente esta percepción. La escasez de microchips redujo drásticamente la producción de automóviles nuevos, mientras que la inflación impulsó una revalorización inesperada del parque automotor existente. El resultado fue un aumento histórico en la demanda —y el precio— de los vehículos usados.

Según datos de Cox Automotive, el precio medio de un coche usado en Estados Unidos superó los $28,000 en 2022, un aumento del 42% con respecto a 2019. En Europa, mercados como Alemania, España y Reino Unido han experimentado fenómenos similares, con subidas de dos dígitos sostenidas durante más de 24 meses.

Las plataformas digitales reconfiguran el mercado

Más allá de los shocks coyunturales, el auge de las plataformas digitales ha reconfigurado estructuralmente la compraventa de vehículos usados. Compañías como Carvana, Auto1 Group, Cazoo o Kavak han introducido nuevos estándares de transparencia, trazabilidad y experiencia del cliente.

“Estamos viendo una transformación similar a la que vivió el sector de viajes hace una década. La tecnología no solo facilita la transacción, sino que construye confianza”, señala Luis Domínguez, profesor de Estrategia en IE Business School. “El historial de mantenimiento, la garantía extendida, los informes técnicos, incluso las devoluciones en siete días: todo esto está normalizando una experiencia antes plagada de incertidumbre”.

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Este cambio de paradigma ha abierto oportunidades de inversión que hace una década eran impensables. Fondos de capital riesgo han inyectado más de $4.500 millones en startups del sector desde 2020, según PitchBook, apostando a que el coche usado será un activo digitalizable, escalable y comercializable globalmente.

Riesgos emergentes: burbuja, confianza y regulación

Sin embargo, el crecimiento acelerado trae consigo riesgos estructurales que no deben subestimarse. En primer lugar, existe la posibilidad de una sobrevaloración del inventario. En muchos mercados, los precios de los coches usados han superado —al menos temporalmente— los de ciertos modelos nuevos. Esto plantea la posibilidad de correcciones abruptas cuando las cadenas de suministro se estabilicen.

Además, la confianza en el mercado sigue siendo un punto crítico. A pesar de los avances tecnológicos, la percepción de opacidad persiste. “El sector aún lucha contra el estigma del ‘vendedor de coches usados’”, apunta María Esquivel, investigadora de comportamiento del consumidor en Wharton. “Las plataformas pueden mitigar esta percepción, pero no eliminarla por completo”.

A nivel regulatorio, también emergen tensiones. Algunas jurisdicciones están debatiendo marcos legales para exigir mayor transparencia en kilometraje, historial de accidentes, emisiones contaminantes o incluso procedencia del vehículo. Si bien esto protege al consumidor, podría introducir fricciones operativas para empresas que escalan internacionalmente.

El dilema ambiental y el coche como producto circular

Uno de los aspectos más debatidos es el impacto ambiental de este auge. ¿Contribuyen los coches usados a una movilidad más sostenible o simplemente retrasan la transición hacia vehículos eléctricos?

La respuesta es ambigua. Por un lado, extender la vida útil de un automóvil puede reducir su huella de carbono total, especialmente si sustituye la producción de un vehículo nuevo. Pero por otro, muchos de estos coches son menos eficientes y más contaminantes. “El coche usado no es ni bueno ni malo en sí mismo desde el punto de vista ambiental. Todo depende del modelo, su estado, y del contexto energético del país”, explica Clara Méndez, analista de sostenibilidad en Transport & Environment.

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Algunas startups están apostando por combinar la compraventa usada con objetivos ESG. Por ejemplo, el reacondicionamiento con componentes reciclados, la neutralización de emisiones durante el uso o la electrificación de modelos antiguos mediante retrofit. Son señales de que el coche usado puede integrarse en una lógica de economía circular.

¿Qué sigue?

A corto plazo, la demanda de coches usados seguirá siendo alta. Las tasas de interés elevadas encarecen el crédito para vehículos nuevos, y la incertidumbre económica favorece decisiones más prudentes. A medio plazo, sin embargo, el mercado deberá adaptarse a un entorno más competitivo, con márgenes más estrechos y consumidores más exigentes.

Para las empresas, la clave estará en la diferenciación tecnológica y la construcción de confianza. Para los reguladores, en equilibrar protección del consumidor con incentivos a la innovación. Y para los consumidores, en comprender que un coche usado ya no es una solución de compromiso, sino una opción estratégica.

El mercado de coches de segunda mano ha dejado de ser marginal. Es ahora una industria estratégica en pleno rediseño, donde confluyen economía, tecnología, sostenibilidad y comportamiento del consumidor. Comprender sus dinámicas —y anticipar sus riesgos— será crucial para cualquier actor que aspire a competir o invertir en este nuevo tablero de la movilidad.

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